Hoy en día la crisis lo abarca todo.
Nos encontramos en un momento oscuro, tenebroso, del que parece que no vamos a
poder salir nunca. Todos los días nos bombardean con informaciones pesimistas
que nos van ahogando poco a poco en el desaliento pero, ¿realmente sabemos lo
que está ocurriendo? ¿Son los medios de comunicación un aliado de la sociedad o
un guardaespaldas del poder?
El 15 de septiembre de 2008, Lehman
Brothers, uno de los mayores bancos de inversiones estadounidense, sorprendió a
casi todo el mundo al declararse en quiebra. Así comenzaba “oficialmente” la
mayor crisis financiera desde la Gran Depresión de 1929. La caída de Lehman
Brothers no era la primera bancarrota de una entidad bancaria en esta crisis,
pero sí la de mayor tamaño. Tal y como se conocía hasta entonces, el sistema
financiero se había venido abajo y con él reventaba la burbuja inmobiliaria
casi utópica en la que se estaba viviendo.
Esta crisis rápidamente se extendió al
resto de los sistemas financieros mundiales y el estallido de la burbuja
inmobiliaria fue el primer motivo y el más importante para que comenzaran los
problemas crediticios. La quiebra de inmobiliarias dejó a muchas entidades
bancarias con enormes pérdidas en sus cuentas y al ser incapaces de hacer
frente a las deudas contraídas, obligó a la mayoría de los estados a acudir al
rescate de la banca.
Con un sistema financiero moribundo, la
inversión empresarial y el consumo de las familias comenzaron a deteriorarse,
lo que provocó un retroceso económico en la mayoría de los países. En el caso
de España, el Producto Interior Bruto (PIB) se contrajo un 3,7% en el segundo
trimestre de 2009 con respecto al año anterior.
Las economías de los países entraron en
profundas recesiones y sin acceso al crédito y, con un desplome en los pedidos
y en las ventas, miles de empresas comenzaron primero a ajustar sus plantillas
para más tarde tener que echar el cierre.
Más de tres años después, esta grave
crisis sigue presente en la mayoría de los países y aun a día de hoy no hay
muchas razones que inviten al optimismo. A lo largo de todo este tiempo, se ha
ido conociendo el grado de responsabilidad que muchos de los actores
sociales y económicos participantes en
el sistema económico tuvieron en el origen, desarrollo y estallido de la crisis:
bancos, organismos internacionales, los reguladores de los mercados
financieros, las agencias de calificación de riesgo, los bancos centrales y los
propios medios de comunicación.
Los periodistas volvieron a fracasar.
De ellos se suele esperar que cumplan, entre otros, su papel vigilante, su función de controlar lo
que ocurre e informar a los ciudadanos de los peligros reales a los que están
expuestos, pero no supieron predecir lo que se venía encima y si lo intuyeron,
no lo alertaron. Los medios volvieron a convertirse en el perro guardián que no
ladra ante los peligros.
El periodista y ensayista español,
Pascual Serrano, asegura que los grandes medios de comunicación son
corresponsales de la crisis económica actual, en la medida en que forman parte
de la macroestructura económica y financiera mundial. Asegura que para analizar
su implicación es necesario analizar los elementos que lo explican.
En primer lugar, el silenciamiento de
los especialistas críticos. Los analistas que anunciaron y advirtieron sobre
las políticas de especulación y descontrol financiero fueron ignorados en los
grandes medios. En España un ejemplo claro fue el catedrático Juan Torres, el
cual lo recogió en su libro Coge el
dinero y corre. A estos especialistas que advirtieron lo que iba a ocurrir
se les impidió acceder a la opinión pública.
Las organizaciones sociales que
señalaban la deriva financiera también fueron ignoradas por los medios, como el
caso ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras y por la
Ayuda a los Ciudadanos) que lleva más de diez años recordando la necesidad de
aplicar métodos de control sobre los movimientos especulativos financieros.
Otro elemento son las grandes empresas
de comunicación que forman parte de los grupos económicos que se beneficiaron
con los diferentes booms especulativos, desde los puntocom al inmobiliario.
El mensaje de los medios está siendo
utilizado para crear condiciones de alarma que permitan aplicar medidas de
recorte social y de los derechos de los trabajadores.
Otro sería el silenciamiento que están
aplicando los medios a cualquier propuesta que suponga una ruptura con los
principios económicos dominantes.
Junto a todo esto, hemos sido
espectadores de varias anécdotas que muestran cómo se busca exculpar a los
medios de comunicación en las grandes operaciones de engaño colectivo a las que
se ha sometido a la opinión pública mundial.
Un ejemplo claro de esto fue la
presentación en el año 2008 del libro del ex portavoz de la Casa Blanca, Scott
McClellan, en el que reconocía la manipulación a la que sometieron a los medios
de comunicación desde la administración Bush. Lo que parecía que iba a ser un
reconocimiento de culpa, se convirtió en una operación para eximir de toda
responsabilidad a los medios y a los periodistas. El objetivo era que el
complejo mediático apareciera como víctima y no como cómplice ya que son
conscientes de que más tarde vendría otro gobierno diferente, pero los medios
seguirán siendo los mismos y no es recomendable que su imagen quede dañada.
Toda esta gran crisis financiera va
ligada a una gran crisis en los medios de comunicación. El periodista Juan
Varela, consultor de medios y editor de la web Periodistas 21, explica todos
los elementos que se agrupan en esta crisis.
La primera sería la crisis de
mediación. El modelo informativo ha dejado de identificarse con los
ciudadanos. Un a prueba de ello fue que en España se consideró descubrimiento periodístico un programa tan
obvio que consistía en que varios ciudadanos le hicieran preguntas al
presidente del gobierno.
Después se encontraría la crisis de
la credibilidad. El público ya no se fía de los medios de comunicación, ya
que se ha comprobado en numerosas ocasiones cómo mienten u ocultan elementos
fundamentales de la realidad.
La siguiente sería la crisis de la
objetividad. Tanto la objetividad como la neutralidad no existen. Lo que sí
existe es la honestidad, la veracidad e incluso la pluralidad, pero ya nadie
discute el interés ideológico y político que muestran los medios en su
actividad diaria. El mito de la objetividad se esfuma y con él, la autoridad
del periodismo.
En cuarto lugar aparecería la crisis
de autoridad. Tanto Internet como las nuevas tecnologías han mostrado la
capacidad de organizaciones sociales y periodistas alternativos para enfrentar
el predominio de los grandes medios, por lo que los medios han dejado de ser
tan poderosos. La autoridad de mediadores que antes se reconocía a los
periodistas vuelve al público. Los que más saben o están más cerca de los
hechos informan a otros.
Por último, pero no menos importante,
se encontraría la crisis de la información. La necesidad de aumentar la
productividad y rentabilidad de los profesionales de los medios ha provocado
que las informaciones no estén elaboradas, ni verificadas, ni con suficientes
elementos de contexto y antecedentes que permitan a la sociedad comprender la
actualidad.
España
va bien
La burbuja inmobiliaria ha provocado
una gran crisis en nuestro país que se extiende a todos los niveles y que se
presenta cada vez más como una crisis de confianza, de valores, una crisis
cultural y democrática.
Hasta ahora los medios y la élite
empresarial e intelectual señalaban a los políticos como principales culpables
de la situación, pero muy poco a las empresas, a los bancos y a los medios.
Mientras la prensa extranjera comenzaba
a mencionar la crisis y la burbuja inmobiliaria a partir del año 2004, los
medios españoles sólo la empezaron a reconocer a partir de 2007. Según Miguel
Ángel Mondelo, director de Economía de la agencia EFE, había un interés general
en no informar demasiado sobre la burbuja y sus consecuencias.
Los gobiernos tampoco hicieron un gran
esfuerzo por informar a la gente sobre la situación económica de manera
adecuada y transparente, ni frenaron a tiempo la especulación y, en
consecuencia, no proporcionaron información suficiente a los medios. Parecía
como si hubiera algún tipo de acuerdo en la sociedad sobre el tema. Mondelo
explica que existía un sentimiento por parte del gobierno de turno de influir
de alguna manera en que no se hablara negativamente de la economía.
Lo que está claro es que nadie alertó
con claridad a la población sobre el peligro que tenía la posible burbuja, y
tampoco los medios.
No sorprende que todos esos actores
que, de alguna manera, se estaban beneficiando del sistema, no tuvieran ningún
interés en parar esa burbuja.
En nuestro caso, en 2007 cuando ya
había estallado el “tsunami financiero”, los dos diarios más grandes e
influyentes (El Mundo y El País) seguían el lema de “España va
bien”, sin avisar del peligro de los precios inmobiliarios a niveles irreales.
Sólo en el año 2009 los periódicos comenzaron a preguntarse si las cifras que
se daban en el mercado inmobiliario eran correctas. Ni siquiera durante el año
2009, cuando la crisis se encontraba en su epicentro, estos dos diarios
proporcionaron una información realista de la situación ni útil para los
lectores.
En el contexto de la crisis económica
falló el papel de contrapeso y control democrático de los medios españoles. Los
grupos de prensa más influyentes del país aceptaron implícitamente que se
utilizasen sus diarios como plataformas informativas para estimular el boom
inmobiliario. Los periódicos no cumplieron con su deber de informar sobre la
crisis económica de manera objetiva y responsable. La información proporcionada
a los lectores no les facilitó la posibilidad de entender la gravedad de la
situación.
¿Es
culpable el periodista?
Walter
Lippman, uno de los principales teóricos de la democracia liberal, afirma en su
obra Opinión Pública que el mundo que
nos rodea es demasiado grande para acceder a información de primera mano por
medios propios, por ello existen los profesionales de la información, los
periodistas. Ellos orientan la opinión pública y una de sus principales tareas
es acercar la vida política a la ciudadanía, siempre desde la veracidad y la
relevancia pública. La mayoría de los profesionales de la comunicación cumplen
estos requisitos. Pero hay que tener muy en cuenta que lo este analista intenta
explicar cuando habla de la orientación de la opinión pública es la fabricación
del consenso, es decir, provocar que la población acepte algo inicialmente no
deseado.
El uso de los medios como creadores de
ese consenso dicta mucho de la independencia que los profesionales deberían tener
garantizada en la realización de su trabajo.
El director del Seminario de
Información Económica del FCOM (SIEC), Alfonso Vara, asegura que en esta crisis
se ha echado mucho la culpa a los periodistas. Se dice que han vuelto a fallar
y que no hicieron lo que debían: avisar al público de lo que estaba por venir.
Vara explica que en su momento se
publicó la información correspondiente que alertaba sobre los riesgos de la
burbuja inmobiliaria y los créditos basura aunque, obviamente, se podía haber
hecho una mejor cobertura. Pero lo que no se puede es negar que sí se
publicaron informaciones en este sentido. Lo que más sorprende es que cuando
publicaban en época de bonanza este tipo de informaciones se trataba a los
periodistas de agoreros y se les tendía a ignorar. Se les acusaba de ser
alarmistas aunque sólo estaban exponiendo posiciones divergentes sobre los
riesgos en los que se estaba incurriendo entonces.
En cualquier caso, los medios de
comunicación no están acostumbrados a cumplir esa función de aviso o de alarma.
No suelen ser pronosticadores de lo que puede ocurrir en el futuro, aunque sí
sirvieron de cauce antes de la crisis para que expertos y periodistas
expusieran opiniones contrarias a las que por entonces reinaban.
Puede ser que los periodistas no
alertaran lo suficiente o no supieran explicarlo con mayor profundidad pero
ahora lo que toca es explicarle al ciudadano lo que está ocurriendo con un
lenguaje sencillo.
Muchos expertos, como el profesor
Alfonso Vara, consideran que esta crisis ofrece al periodismo económico la gran
oportunidad para captar a lectores que hasta ahora no estaban interesados en
este tipo de información.
Nada mejor que estar bien informado de
la actualidad económica para conocer qué puede pasar con el empleo de un
trabajador o para conocer qué nuevos sectores están en una tendencia alcista
pese a la crisis o en qué sector especializarse y formarse para poseer un valor
añadido y conseguir un empleo.
El creciente interés por la economía
por parte del ciudadano es innegable: así lo corroboran los datos del CIS
(Centro de Investigaciones Sociológicas) que indica que las dos primeras
preocupaciones de los españoles son el paro y los problemas económicos en
general.
El mayor reto del periodista económico
es traducir lo complejo en una información que, sin restar profundidad, sea
accesible para el ciudadano medio.
El profesor de Periodismo Económico de
la Universidad de Navarra, Ángel Arrese, opina que se están haciendo esfuerzos
para explicar bien la crisis pero esta crisis es tan compleja que los propios
especialistas en la materia dicen que no es del todo comprensible ni para
ellos.
La función principal de los medios de
comunicación especializados en la información económica es la de explicar,
interpretar, contextualizar y buscar evoluciones temporales y proyecciones en
el tiempo. Es la función que deberían hacer todos los medios pero llevada
todavía más al extremo en el caso de la información económica.
Sin embargo, Alfonso Vara cree que los
periodistas no están consiguiendo explicar bien la crisis, sobre todo por los
males del periodismo económico: la falta de formación de algunos periodistas,
el lenguaje que muchas veces es aburrido y poco claro para el ciudadano y el
gran problema de la prensa que es la fiabilidad de las fuentes. En la
actualidad, casi todas las empresas disponen de un gabinete de comunicación
institucional y esta es una situación que afecta a la profesión periodística.
Esos
gabinetes de comunicación están, en algunas ocasiones, dirigidos por antiguos
periodistas que, como se suele decir, “se han pasado al lado oscuro”.
Periodistas y comunicadores institucionales luchan a diario por hacer bien su
trabajo, aunque están condenados a entenderse. Los periodistas luchan por
obtener la información más veraz y los responsables de los gabinetes lo hacen por
difundir a los periodistas una información que muchas veces es interesada y
que, por lógica, favorece a la empresa o institución de la que forman parte.
En relación con el momento que vivimos
actualmente, las empresas e instituciones públicas le dan a los medios de
comunicación la información que les interesa y éstos la moldean para crear la
opinión que interesa de los ciudadanos.
Algunos periodistas definen esta
actividad como una forma de “obstruccionismo”. Otros entienden a la perfección
su cometido e intentan lidiar todos los días para obtener la máxima y mejor
información y poder contrastarla después con fuentes distintas, aunque sigue
existiendo muy poca crítica respecto a lo que nos están contando las fuentes.
Arrese considera que en época de crisis
hay mayores innovaciones y esfuerzos pero esto a veces no se ve reflejado en la
difusión. A la gente le interesa la crisis, pero tanta mala noticia le cansa.
Indignados
con los periodistas
La descalificación hacia la mayoría de
los medios y de los profesionales de la comunicación es global. Gran parte de
la sociedad observa una creciente tendencia por parte de los principales medios
de comunicación a tergiversar la realidad. La construcción de una realidad
falsa y la inclusión de opinión donde sólo debería haber información es algo
que atenta contra los propios principios deontológicos del periodismo.
En los últimos años hemos podido
observar cómo la imagen de los periodistas se deterioraba en las encuestas de
valoración ciudadana, pero nunca hasta ahora las críticas se habían expresado
de forma tan clara.
La gente ha sustituido a los medios
tradicionales por las redes sociales como estructuras de apoyo y comunicación
para informarse y debatir, ya que esas redes no parecen tener un centro
decisorio mediatizado. Y en parte es razonable.
Que
los españoles desprestigien tanto a los medios se ve claro en el siguiente
ejemplo: el 16 de junio de 2011 el programa “El Círculo” de la cadena
autonómica Telemadrid, trató al movimiento 15M de violento al emitir un video
en el que se veían imágenes de jóvenes enfrentándose a palos con los policías
antidisturbios. Pero el gran problema fue que esas imágenes, extraídas del
diario El Mundo, fueron tomadas durante la huelga
general que tuvo lugar el día anterior en Grecia y además, en el diario las
fotografías aparecen claramente identificadas como “protestas en Grecia”.
Con “anécdotas” como ésta es difícil
atisbar la veracidad y la objetividad de los medios.
Daniel Innerarity, catedrático de
Filosofía Social y Política, asegura que se está instaurando una visión según
la cual la voluntad general es algo que se puede construir sin instituciones
intermediarias. Es un tipo de sociedad que se considera mejor representada por
los aficionados que por los expertos y que valora más al filtrador que al
periodista.
Pero las intermediaciones son
necesarias. También la del periodismo, porque una cosa es recibir información y
otra es estar bien informado. La cuestión es qué tipo de periodismo. La sociedad
ya no tolera un modelo de periodismo autoritario que establece la agenda
informativa y decide qué es lo que a la gente le interesa.
No está claro que un mundo sin la
intermediación de los periodistas vaya a estar mejor informado. En la sociedad
de Internet, el problema no es la información, sino la confusión. Hay
disponibilidad absoluta de información, pero también mucha confusión. Y
precisamente por eso, nada es más necesario hoy en día que un buen periodista.
Lo que es urgente es redefinir qué es buen
periodismo y señalar aquellas prácticas periodísticas que contribuyen al
descrédito general de los medios.
Reducción
de independencia
Una de las consecuencias sociales de la
crisis económica es la reducción de la libertad dentro de los medios de
comunicación. Los medios deberían ser los aliados de la población, su vía de
escape para mostrar su descontento ante la gestión llevada a cabo pero, en
cambio, se unen con el poder y los políticos. Sólo defienden las ideas y los
intereses de éstos, como si fueran las únicas posibles.
Según los expertos, el bajón de
recursos y efectivos y el aumento de la precariedad laboral disminuyen la visión
crítica de los periodistas. Trabajan bajo más presión y con menos tiempo, por
tanto, informan con menos profundidad y pueden verse obligados a favorecer a
políticos o empresas.
Según Stephan Weichert, analista del
Instituto para el Estudio de Políticas y Comunicación (con sede en Berlín), la
crisis debilita financieramente a los medios, a los que les faltan recursos
para corresponsales o periodismo de investigación, que son la esencia de
periodismo de calidad. Asegura que la desaparición de diarios afecta a la
libertad de expresión y que cuantos menos medios, más monopolio y más capacidad
de control existe.
El vínculo institucional se agrava
muchísimo en momentos de crisis y cuando se piden apoyos oficiales, los medios
se vuelven más tolerantes con el gobierno de turno, por lo que se puede decir
que la crisis equivale a un debilitamiento de la crítica.
Otro de los fenómenos que se agrava en
tiempos de crisis, cuando las empresas optan por despedir a empleados, es lo
que se conoce como “el principio de acoplarse al medio”, esto es, que cuando
escasean los puestos de trabajo, las voces independientes bajan muchísimo de
tono.
También en épocas de crisis se produce
un fenómeno psicológico entre los periodistas: la tendencia a tratar de no
debilitar con críticas una actividad política que se ve inestable y necesario
fortalecer, aunque no se esté de acuerdo con su actuación.
¿Contribuyen
los medios a la crisis?
Se observa un exceso de pesimismo en
los medios de comunicación y parece que su tratamiento informativo de la crisis
está contribuyendo a ahondarla pero, ¿contribuye la cobertura mediática de la
crisis a la propia crisis?
Los medios de comunicación han de
reflejar la realidad y si la realidad es negativa, no pueden decir que es
positiva. Tampoco pueden hacer periodismo compasivo para evitar que los
lectores se depriman. Todo esto es verdad y parece bastante fácil pero la realidad
puede explicarse de muchas maneras y es el relato que se hace en los medios es
que modula la percepción global que la ciudadanía tiene de la crisis.
Joaquín Estefanía, ex director del
diario El País, asegura que los
medios de comunicación y los periodistas deben moverse en este asunto en unos
límites muy estrechos: por una parte deben contar y explicar lo que sucede, por
muy grave y alarmante que sea, y por otra, deben evitar inculcar el miedo a los
ciudadanos.
El miedo produce antipatía hacia el
otro. Siempre ha sido un aliado natural del poder. Es una emoción que
inmoviliza, que neutraliza, que no permite actuar ni tomar decisiones con
neutralidad.
Enrique
Gil Calvo, Doctor en Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, cree
que los medios son juez y parte en el relato de la crisis y los considera
“culpables de interferencia interesada y distorsionadora” por tres razones
principales. La primera tiene que ver con la propia posición. Los medios son
parte interesada en la información sobre la crisis porque ellos mismos están en
crisis. La segunda tiene que ver con la dinámica informativa. La información
económica de los medios es necesariamente procíclica, en lugar de ser
contracíclica, ya que para hacer atractiva la información económica deben
exagerar sus aspectos extraordinarios y potenciar así el interés.
La tercera es la naturaleza
necesariamente populista de la información, en la que los medios tienden a
culpar a los otros de lo que ocurre y a absolver a la propia audiencia de la
que en realidad dependen.
El deber de los medios es dar buena
información sobre lo que ocurre y también sobre lo que se prevé que ocurra, por
eso no pueden inventarse las noticias.
Ambos expertos tienen claro cuál es el
camino: informar con rigor, sin exagerar, ofreciendo al lector el contexto, las
alternativas y las consecuencias de cada decisión, pero también hay que revisar
algunas rutinas y ciertas dinámicas de la cultura periodística, como el abuso
de los calificativos, que es una tendencia a utilizar los más dramáticos para
llamar la atención del lector, y la tendencia a la negatividad.
La
esperanza del futuro
Es difícil para las personas saber (o
adivinar en ciertas ocasiones) quién dice la verdad en un momento tan complejo
como el actual. Atravesamos una crisis económica, pero más allá del dinero lo
que hemos perdido es la confianza, los valores y, en muchos casos, la
integridad.
De momento, no debemos pensar que hoy
en día los medios de comunicación van a mostrar posiciones alternativas al
discurso dominante. Aunque la sociedad lleva mucho tiempo inundada por noticias
sobre la crisis, sería importante averiguar si los ciudadanos saben realmente
de qué se trata esta crisis, por qué se ha producido y cuáles son sus
consecuencias.
La actualidad y la multiplicidad de
canales hacen que la información se difunda desde los medios, pero la
inmediatez se convierte en la característica que entra en conflicto con la
profundidad del tratamiento de los datos. En un mundo dominado por el consumo y
la rapidez, los medios realizan no ya información, sino productos informativos
dominados por la simplificación. En el tema de la crisis, dicha simplificación
se traduce en grandes cifras, críticas al gobierno en los medios contrarios,
escenificación de conflicto entre ejecutivo y oposición y una sucesión de
noticias sobre aspectos concretos.
Pero se echa en falta un análisis de la
situación y, sobre todo, la presencia de opciones alternativas a lo que se
plantea de manera oficial. Y en esto coincidimos todos, sobre todo la gente más
preparada y cualificada. Parece existir una única versión de los
acontecimientos y se asume que las opciones para salir de la crisis sólo pueden
ser las planteadas por los organismos internacionales y el gobierno. El apoyo a
toda la información y a los editores se encuentra también en las opiniones de
columnistas que defienden las mismas tesis. No existen así otras voces, ni
otros discursos, ni otros mensajes y si el receptor los encuentra, lo hace en
medios alternativos, marginales, a los que no todo el mundo accede o en los que
el acceso implica un esfuerzo intelectual y de tiempo.
Los medios alternativos deben mejorar
su formación y capacitación, ya que es fundamental apostar por una mayor
profesionalización. Tienen la obligación de exigir a los estados su
reconocimiento necesario y los recursos necesarios para su desarrollo. No habrá
una información plural, participativa y democrática si se deja en manos del
mercado como está sucediendo en la actualidad. Y lo más importante es que deben
dejar al lado su complejo de marginales, ya que en una sociedad democrática son
más legítimos y más democráticos que los comerciales.
Los grandes medios cumplen también en
esta crisis el papel de refuerzo de los grandes poderes públicos y privados.
Por este motivo, habrá que movilizarse, buscar un hueco en esos medios o
articular otros, pero no perder la posibilidad de reaccionar y transmitir a la
sociedad que la situación puede cambiar y las cosas pueden ser de otra manera.
Refundar el periodismo, recuperar su
función social y el compromiso de los profesionales con la realidad, el valor
testimonial de las imágenes y la interpretación de los acontecimientos es una
necesidad. La calidad es cada vez más necesaria para la sociedad.
Las nuevas generaciones de periodistas
deben defender su derecho a ofrecer una información veraz partiendo de la
necesidad de tiempo para investigar y elaborar esa información. Hay que
aprovechar las oportunidades que ofrecen Internet y los medios alternativos.
La ciudadanía debe poder contar con los
medios de comunicación y con su función de desvelar y proteger los abusos de
poder de nuestros dirigentes.
Todo esto son cuestiones en las que
debemos reflexionar.
Ana Gómez Soares y Mónica García Moreno
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